Auschwitz en Instagram: viajeros y turistas

27.03.2019

Hay ciertos sitios en los que la soledad es el mejor compañero. El viajero solitario sabe bien que hay emociones que no se pueden paladear en compañía. El silencio es siempre cómplice de la ensoñación y viajar es una suerte de peripecia diacrónica que nos permite transitar por los ecos de la Historia. Es impagable lograr elevarse sobre el griterío de los turistas de chancletas y selfies para caminar como una sombra de otro tiempo junto a Pessoa por el Chiado lisboeta, mirar por encima de su hombro cómo hojea nuevos volúmenes en la librería Bertrand o escuchar el frufrú de su impecable traje marchando rumbo a la Baixa por la calle Garrett. Viajar es tomar un tranvía nebuloso hasta el Bloomsbury de 1920 para atisbar, a través de los visillos de una antigua ventana, la larga cabellera de Virginia Woolf y el humo del cigarro de E. M. Forster para luego cabalgar a lomos de siglos dentro del British Museum. Viajar es abstraerse de las colas infames de la madrileña chocolatería San Ginés para observar silencioso el imaginado encuentro entre Max Estrella y los jóvenes de su tiempo. Y qué decir de Roma, ciudad eterna en la que en cada esquina acecha, cual Jack en la niebla de Whitechapel, un pequeño demonio de morbidez intangible, una moviola en negativo que no se puede ver pero que a la vez se ve. Patricios entogados, el pueblo aclamando al Duce, los amoríos de Pasolini...

Cada lugar en el mundo contiene innumerables capas que como telillas hay que ir desprendiendo. Cada lugar en la Historia merece, como mínimo, el respeto del turista poco avisado. Pero es que además hay lugares en los que el peso de esta Historia es tan desgarrador que el mero hecho de sacar una cámara de fotos representa un sacrilegio infame. Me refiero a lugares como Auschwitz. Los responsables de su museo están hartos de comprobar cómo cada día decenas de orangutanes con palos selfie compiten por ver quién se hace la foto más divertida: haciendo bobalicones equilibrios sobre las vías de un tren que no hace tanto tiempo era un pasaporte hacia la muerte, gesticulando y adoptando muecas y posturas supuestamente hilarantes delante de los hornos crematorios para mayor gloria de Instagram, exhibiendo una ignorancia y una falta de respeto supina en definitiva. Así, han colocado un cartel con la siguiente leyenda: Cuando venga al Museo de Auschwitz recuerde que está en el sitio donde murió más de un millón de personas. Respete su memoria. ¿Qué memoria va a respetar esta gente desmemoriada si no es capaz de sobrecogerse en semejante lugar y está más interesada en las campanillas de un like que en respirar los susurros trágicos de ese crómlech de tortura? Huelga decir que el cartel no ha tenido efecto.

Cada día hay menos viajeros y más turistas. Cada día se vive menos para retratar más. Pero los ceros y unos de una fotografía digital no pueden albergar la magia de los siglos, el oro del tiempo, que aún así sigue agazapado en ciertos rincones, esperando paciente, como el arpa polvorienta de Bécquer, que una voz le susurre "levántate y anda". 

Una Leslie - Una mirada nada autorizada
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