La tontería del lenguaje inclusivo: los desdoblamientos.

Leed este simpático texto de la Pontificia Universidad Católica del Perú si tenéis agallas:
Son profesores extraordinarios y profesoras extraordinarias los profesores eméritos y las profesoras eméritas, los profesores honorarios y las profesoras honorarias, y los profesores y las profesoras visitantes. Los profesores extraordinarios y las profesoras extraordinarias no forman parte de la Carrera Profesoral.
Para ser nombrado profesor emérito o profesora emérita, es necesario haber sido profesor o profesora principal y estar jubilado o jubilada como profesor o profesora en la Universidad. La propuesta para ser nombrado profesor emérito o nombrada profesora emérita puede realizarla el Jefe o la Jefa del Departamento Académico al que perteneció el profesor, los Vicerrectores y las Vicerrectoras, o el Rector o la Rectora.
Y yo añadiría al final, emulando al gran Antonio Ozores en los cierres de sus pantagruélicos monólogos, un "¡no, hija, no!" que rubrique la gansada y el sinsentido.
A esto nos dirigimos si nos plegamos a las exigencias de los botarates y botaratas que reclaman el empleo del mal llamado lenguaje inclusivo desde sus inmaculadas atalayas de justicieros sociales.
De un tiempo a esta parte se viene reclamando por parte del gobierno socialista, y especialmente de la vicepresidenta Carmen Calvo, que la RAE redacte una versión de la Constitución Española empleando lenguaje inclusivo. De momento parece que la cosa no cuaja, pero yo no las tendría todas conmigo. Si finalmente la RAE claudica, preparémonos todos, porque será el pistoletazo de salida para acabar con el Amazonas enterito en cuestión de diez minutos, pues después de la Constitución vendrán todo tipo de documentos oficiales. No habrá suficientes árboles en el mundo para poder fabricar la cantidad de papel necesaria para abarcar los millones de folios que requerirán todos estos documentos en su bondadosa versión inclusiva. Y también prepárense las espaldas de los estudiantes, pues sus libros de texto verán multiplicado por tres su tamaño, con el consiguiente gasto público de los hospitales tratando escoliosis a mansalva.

Bromas aparte, el lenguaje no es inclusivo o exclusivo por sí mismo, solo lo es el empleo que se haga de él. Obviamente, el castellano no es un idioma perfecto y siempre es susceptible de cambios y mejoras, pero la misión de la RAE es la de recoger y fijar como aceptadas aquellas variantes que hayan venido siendo utilizadas durante un considerable período de tiempo por buena parte de los hablantes. Sin imposiciones de unos pocos.
La primera razón para rechazar esta versión arcoíris de nuestro idioma -y de cualquiera- es el principio de economía del lenguaje. Si ya es tedioso leer el texto de la universidad peruana, imaginad una sentencia judicial de ochenta folios, por no mencionar los problemas de comprensión que ocasionaría en su forma hablada (conferencias, juicios, programas de TV, películas...). ¿A quién le apetece meterse nueve horas en el cine a ver un remake de Ben Hur con lenguaje inclusivo?
La segunda razón es la complejidad que supone para el emisor elaborar un discurso hablado y espontáneo estando milimétricamente pendiente de los distintos desdoblamientos, sus concordancias y sus marías santísimas. Imposible. Probad y me contáis.
La tercera razón es que es innecesario. El latín tenía tres géneros gramaticales: masculino, femenino y neutro, y las lenguas romances como la nuestra, al irse perdiendo los casos latinos en favor del uso de las preposiciones como marcadores sintácticos, abandonaron el género neutro para quedarse solo con el masculino y el femenino. Es decir, en latín las funciones sintácticas de los distintos elementos de las oraciones eran marcadas por el caso (simplificando mucho: nominativo-sujeto o atributo, vocativo-apelación, acusativo-complemento directo, genitivo-complemento nominal, dativo-complemento indirecto y ablativo-complemento circunstancial), pero con la pérdida de muchas terminaciones de palabra en las distintas declinaciones se hizo necesario el uso de preposiciones para marcar estas funciones. Así, desaparecieron los casos y las declinaciones y, por consiguiente, el género neutro. Los sustantivos de la primera declinación con vocal temática -a serían generalmente femeninos; los de la segunda, con vocal temática -o, masculinos; los de la tercera declinación, sin vocal temática o con vocal temática -i, serían algunos masculinos y otros femeninos; los de la cuarta, con vocal -u, por lo general serían masculinos y los de la quinta declinación, con vocal temática -e, femeninos. En latín vulgar solo quedaron las tres primeras declinaciones y, de este modo, los sustantivos terminados en -o, -a, -e o consonante. Así, el género actual de cada palabra se debe más a esta evolución del latín que a un marcador de sexo.
Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática del castellano, definió el género gramatical como "aquello por que el macho se distingue de la hembra, et el neutro de entrambos", y esta asociación género-sexo perduraría hasta los años setenta del siglo pasado, cuando se tomó en mayor consideración las concordancias con otros elementos de la oración para la definición de género, abandonando el marcador sexual de los siglos pasados.
Es cierto que el género gramatical sirve en el caso de elementos sexuados para distinguir macho y hembra (gato/gata), pero los morfemas productivos de género sirven también para otros fines: expresar tamaño (barco/barca) o individualidad frente a conjunto (leño/leña). Por lo tanto, un reduccionismo a mero marcador sexual es absurdo.
Desechada ya esta idea del género gramatical como mero marcador sexual, nos encontramos con el masculino genérico, esto es, el género masculino puede usarse tanto para referirse a elementos animados de sexo masculino como para referirse a elementos de los dos sexos. Digamos que el masculino es el término no marcado mientras que el femenino es el marcado, por lo que este último solo puede usarse para referirse a elementos de sexo femenino y no de ambos sexos. Y esto es así porque se ha perdido el género neutro y la ya mencionada economía del lenguaje hacía inviable los desdoblamientos perennes.
Es perfectamente aceptable el uso de, por ejemplo, el alumnado para evitar el desdoblamiento los alumnos y las alumnas, así que que no nos calienten la cabeza con la frase "si no me nombras no existo", porque es rotundamente falsa. ¿Deben, por esa regla de tres, los hombres sentirse excluidos al hablar de periodistas o de atletas? Ya sé la respuesta de algunos: los hombres no tienen derecho a sentirse excluidos porque son los que perpetúan el heteropatriarcado opresor. Bien, entonces ya no estamos hablando del lenguaje, así que dejémoslo en paz y que opinen los que saben (los académicos de la RAE) sin presiones de ningún tipo.
Por lo tanto, señora Calvo, "¡no, hija, no!".